Recuerdo cuando en 1991 fuimos a Munich a dar una conferencia sobre esto del 3D y la arquitectura:
Fue la primera ocasión en que tuve la posibilidad de ponerme unas gafas VR.
Eran los inicios. Era la búsqueda de un entorno envolvente. Al colocarte las gafas, estas se convertían en un antifaz de tu entorno real. Sólo podías ver lo que se proyectaba en las dos cámaras que tenías a escasos milímetros de tus pupilas.
Lo más sorprendente no era lo que se proyectaba. Lo que más llamaba la atención era que, con tus movimientos de cabeza, controlabas lo que se visualizaba.
Como puedes imaginar, hace más de 20 años, aunque las máquinas que se utilizaban eran las más potentes de entonces, la experiencia no era ni mucho menos real. Debías de mover la cabeza muy despacio y los gráficos, dentro de ese entorno envolvente, eran muy básicos. Con el paso del tiempo, el aumento de velocidad de los procesadores y del software necesario, la experiencia de sumergirte en un entorno envolvente mejoró.
Rápidamente se entendieron las ventajas que esta tecnología de entornos envolventes podía aportar a campos como el de la medicina, la automoción y, porqué no decirlo, a la guerra y sus trastornos.
Otro día hablaremos de otro tipo de realidades como la aumentada, el QTVR, las experiencias IMAX en 3d y alguna más, y su vinculación con la visualización arquitectónica.