El otro día, quedé con mis amigos para jugar a las cartas como llevamos haciendo toda la vida cuando nos dejan nuestras mujeres. La noche empezó bien pero acabó mal.
Quedamos como de costumbre en casa del divorciado. Los demás lo vemos como el “alma libre” aunque en el fondo preferimos nuestra situación.
Jugando nos lo pasamos muy bien. Como de costumbre.
Ya se hacía tarde pero alguno de nosotros queríamos más. Que no se acabase la noche.
Decidimos, acompañados por el soltero de oro, ir a tomar unas copas.
Si, somos mayorcitos pero seguimos siendo canallas.
Nos llevó a un sitio de moda. Nada más entrar nos dimos cuenta de que, en realidad, estábamos desubicados. Había una mezcla de “separaduchos” y jóvenes en la que no encontramos nuestro sitio.
“Yo no vuelvo a este tugurio. Las copas son malas y caras. No se podía hablar del ruido que había y encima el baño apestaba. No entiendo cómo está de moda este tugurio”
Las leyes de la noche son muchas veces indescifrables.
Por nuestra edad, sabemos que quien lo hace bien y ama su negocio, le suelen ir las cosas bien. Pero, quizá también por nuestra edad, hay negocios que no entendemos cómo pueden ir bien.
Seguramente, esos promotores de la noche han hecho un estudio de mercado y saben quién es su cliente y le dan lo que necesitan. Aunque se abra la puerta y entres sin obstáculos quizás no sea tu sitio. Eso es lo que nos pasó a nosotros.
Acabamos la copa, si, esa asquerosa y carísima y nos fuimos a casa.
Al día siguiente, nos despertamos con resaca (puta última copa) y volvimos a nuestras vidas.
No todo es bueno para todos.