Nunca he tenido bien la boca.
Quiero pensar que es algo hereditario porque es al médico que más he ido toda mi vida.
Juro que me he lavado los dientes hasta hartarme pero, ya ves, no ha sido suficiente.
Uno de mis recuerdos más lejanos era la consulta de nuestro primer dentista.
Era un espacio muy luminoso y agradable pero tenía una vitrina que me generaba canguelo:
Una vitrina repleta de moldes de dentaduras.
Yo tenía sólo 10 años y, entonces, no sabía si eran dientes de muertos o dentaduras extraídas a vivos.
Me imagino que al dentista le parecía curioso exponerlas. A mí me producían terror.
Luego lo hacía bien y no me hacía daño pero desde luego no me daban paz antes de empezar y. lo más importante:
Ese es el recuerdo imborrable que tengo de él pasados 50 años.
En ocasiones, me he encontrado con imágenes en las paredes de las promotoras que me transmitían algo parecido. No terror pero nada bueno.
Desde viejas maquetas llenas de polvo que no quieren tirar por lo que les costaron a infografías muy cutres que les parecen “modernas”.
Si antes de empezar a hablar, mientras esperan, tus clientes perciben sensaciones negativas, mal empieza el proceso.
¿Y si hubiese una TV en la sala de espera con un video muy bueno de tu promoción?
Me atrevo a decir que, por lo menos, los mantienes expectantes.
¿Y si para traerlos a la sala les dices que alucinarán mientras esperan?
Ya no te doy más consejos gratis. Ya vale.
Si quieres más, llámame y montamos tu sala de espera para que te recuerden toda la vida por bueno, no como a mi dentista.